Amigos


Era normal que llegaran al café de siempre y hablaran de las dificultades que cada quien había tenido en su trabajo. Tomaban asiento, pedían de beber y disfrutaban de la vista que el lugar ofrecía: las palmeras de la avenida permitían que la conversación se iniciara recordando el viaje que habían hecho a la playa diez años atrás, cuando estaban en el colegio y acababan de conocerse: estallaban en risas con la caída de Edgar, con la fogata que finalmente se encendió cuando ya habían consumido la comida fría y sólo había servido para contar historias, y de nuevo se reían porque la habían apagado orinando al día siguiente. Jesús lo hizo primero, dice Gerardo. No es cierto, replica Jesús, fue Esteban. Y entre las discusiones descubren que no importa quién haya sido. Edgar se levanta, se dirige al baño, y entonces Jesús recuerda que Elsa se fue con él después de la fiesta que organizaron un noviembre cuando Edgar había salido de la ciudad, sin saber, sin evitar, sin esperar que su amigo estuviera de ese modo con ella después de que todos lamentaran su ausencia, incluyendo ellos dos quienes hablaron de una posible relación que jamás existiría, y acordaron no decirlo, tratar de olvidar lo sucedido porque era injusto para Edgar. Era incómodo reconocerlo, así que lo mejor había sido olvidarlo, no hablar más aunque ese encuentro lo extrañaran por mucho tiempo, pero no había modo de cambiar las cosas, sólo seguir adelante, continuar con la vida y las sonrisas y los encuentros semanales en aquel café, quizá un recuerdo cuando le pregunta por ella, un mínimo recuerdo que se asoma queriéndose escapar, pero eso era todo.



por Josué Barrera

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