Salís al patio
y aunque es profundo
no hay mar donde ahogar
la propia angustia.
El perro duerme y la luna se refleja oscura
como si fuera una música depresiva
en uno de sus charcos.
¿Cuándo fue que tu propio patio
comenzó a oler como un baño de estación?
Un mar embravecido necesitarías
para sentirte como en casa
pero el surf siempre fue para los rubios.
Para qué seguir buscando el rincón
donde te pasó eso tan horrible
que pensás llevarte a la tumba.
Probá contárselo a alguien
probá contárselo al perro.
Pero tenés un diablo que juega
con la idea de quedarte solo
de matar al perro.
Un diablo que camina a tu lado y se va
cuando el perro se acerca
para que lo toques.
Es que las caricias fueron hechas
pensando no tanto en los hijos
como en los perros.
Entonces abrís la canilla y dejás correr el agua
para que el patio se inunde
y la luna pueda reflejarse
sobre una superficie más pura
y con un poco más de luz.
Jorge Chiesa, Respiro, 2009
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