
Sube su remota consistencia
hasta los techos y más
no saben qué hacer los árboles
hechos de agua en la corteza.
Mi abuelo sostenía
-o recordaba-
en el aire de su conversación,
mientras por su cara
subía el humo del cigarrillo y sobre sus ojos
quizá otra nube hecha también
de ceniza, que el paisaje
se le había hundido en las botas y que
el barro, seco después, dibujaba en las paredes
extrañas alegorías.
Lo difícil no es que ataque furioso, de un solo tiro,
decía, sino peor, que se suspenda, delicada
la lluvia, durantes varios
días grises y arañazos claros
sobre un cielo
móvil.
Cuando acabe el exceso, imagino,
como el amor, su rastro
dejará sembrado
un sendero de animales muertos
y de plantas
secas,
que ondearon en la correntada
más allá de la oscilación
de la vida.
Facundo Giménez, La inundación
2009
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