Fiesta


Llegaron los tíos: Rodolfo, Danito, Gabi y Marce; llegaron los primos: Daniel, Martín, Alan, Ian. Las mujeres llegan más tarde porque se quedaron en la peluquería. Quieren llegar espléndidas, no todas nacieron para princesas, pero hoy van a serlo. Clara, Viqui, Rosario y Rosaura son las tías, incluyendo a la solterona. Nené, la esposa de Rodolfo murió hace tiempo y, de alguna forma, esta fiesta también es para ella. Sabrina, Lila, Clara, Marga, Aldana, Mónica y Beatriz esperan sentadas mientras sus madres y tías se hacen las numerosas cosas que suelen hacerse en un salón de belleza, peluquería o como sea que en estos tiempos se denomina a esos antros de perdición donde se peina, corta, tiñe, decolora, arregla, rebaja, quita volumen, quema y arruina el pelo; donde se esculpen, cortan, pintan, liman las uñas de manos y pies, donde se maquillan, pintan, limpian, acarician y masajean rostros. El decreto ha sido conciso: las mayores podrán hacerse cuantas cosas quieran, las pequeñas sólo podrán aceptar un peinado y con suerte algún arreglo para sus uñas.

Los abuelos están en camino, Paco tiene que acordarse de que más de dos copas lo pueden descompensar pero va a olvidarlo luego de la primera. Después de los setenta, sus años mozos se han acabado pero él insiste en negarlo. El zeide estuvo yendo y viniendo hasta último momento, no sabía qué ponerse, si llevar o no kipá. La fiesta no es tradicional, no se celebra la apertura de ningún mar ni el fin de ninguna esclavitud. La fiesta no es religiosa. Pero para él y para todos, es importante y, si no es sagrada, es porque la alegría con que la afrontan no los ha puesto a pensar en esas cosas que el zeide piensa antes de salir. La bobe ha sido expeditiva, a las seis en punto estaba lista y esperando. No es que le haya llevado poco tiempo, hace semanas que viene especulando qué se pondrá y qué dejará en el cambiador, tuvo en cuenta todos sus posibles estados de animo y terminó por decidirse por un vestido que no voy a describir, no vaya a ser que se ofenda.

También van a ir llegando los amigos. Osvaldo y Graciela con la Santita, Rima, Ayelén y Democracia. Ellos siempre llegan temprano y hay que escucharlos discutir acerca de la educación de los hijos que todavía piensan traer al mundo o de las comidas del próximo mes y cosas por el estilo, que a todos nos parecen inexistentes y para ellos tienen la validez de lo que está pasando. Por supuesto que cuando llega más gente, cada uno se acerca a sus allegados y ya no hay discusiones ni nada que se le parezca.

Tal vez vengan el Cachorro y la Cachorra, que son feroces, guerreros y, en ocasiones, demasiado serios. La que sin dudas no falta es la señora Felicitas, que hace años que se divorció y no ha vuelto a conseguir otra pareja, por lo menos no una con la que no busque venganza de su ex. Le hemos visto decenas de muchachitos, muchachotes, ancianos (por lo menos uno), señores bien, señores no tan bien. Son todos imbéciles, infradotados, malos en la cama después de la tercera vez y, por supuesto, han dicho algo punzante, maloliente, han tirado a herir y ella se ha resuelto a destruirlos antes de dejarlos. Por su anuncio debería esperarse que llegue con Mariana y Borja, pero no sabemos si eso sucederá, puede que llegue con su personal trainer o con su instructor de tenis. Van a llegar tarde, pero van a llegar los Marconi. Ellos se las ingenian para acordarse que se olvidaron a Rocío en la casa cuando están a dos cuadras de llegar o de darse cuenta que Marcos salió sin los pantalones o mil cosas que nadie puede llegar a imaginar. Y es llegar los Marconi y que la fiesta se alegre, porque los que no se ponen a hablar con ellos y a descostillarse de risa, comentan entre sí alguna de las anécdotas más famosas y eso alcanza para que haya más de una carcajada. Los que no sabían con seguridad si venían eran los santafesinos, Luisa y Javier. Ellos estaban complicados porque tienen a uno de los nenes recién operado pero, si el médico les daba la autorización, iban a venir. Son el orgullo de todos, ella es física, de Balseiro, doctorada en Oslo y la mejor cocinera de Brownies de todo el Litoral. Él es director de orquesta, se conocieron en Berlín, mientras tomaba clases con un maestro de viola y ella lo seguía, loca, desde que se habían cruzado en un recital de Sting, en Glasgow. Ahora han reducido su actividad profesional y se han puesto de lleno a hacer vida de casa, con los peques que llegaron tarde pero llegaron y el zoológico que tienen.

Puede que venga la Nana, aunque sea un ratito, porque lo que a ella le gusta es la vida sin ruidos, sin mucha gente, donde se pueda hablar bajito y contar algo, cualquier cosa y preparar un mate y tomarlo y a veces, muy de vez en cuando, fumarse un cigarrillo, como cuando era chica y creía que así iba a conquistar al señorito que pasaba por su casa y de vez en cuando le regalaba una flor.

También va a venir Tomás que, aunque está peleado con la música, desde que le da clases a Juan, se está reconciliando con las seis cuerdas, eléctricas, llenas de efectos y distorsión pero seis cuerdas al fin.

Las hermanas van a hacer de cuenta que se pelean, ahora con cierta complicidad, como trayendo los aires de un rito, del tiempo en que se peleaban de a de veras.

A las once van a llegar las chicas, Susana, Maru, Maje y Leticia. Ellas eligieron llegar tarde porque quieren entrar y así dar comienzo al baile. Ahí va a ser cuando desaparezcas y vuelvas con otro vestido, espléndida y lista para decirle al señor DJ que se inaugura la temporada de patos, que todos se pongan a bailar y que a nadie se le ocurra tirar un tiro, pero que se pueden descorchar cuantos champagnes se deseen. Pero antes, claro, van a hacer una mini función, alguna pieza para los amigos. Y Pancho te va a mirar como cuando te decía reina de la bailanta y vos lo vas a mirar con cara de enojo y, en seguida vas a sonreír, porque aunque sea una función chiquitita, una bailarina no puede dejarse intimidar por el público.

A las nueve, marco el cuatronuevedosveintitrésveintitrés y espero en la puerta.

Cuando me pregunte, le voy a decir que sí, que voy a La Rioja unodostresnueve.


por Esteban Prado

1 comentario:

Anónimo dijo...

Digamos que no soy imparcial, me gustó mucho.
Digamos que recuerdo cuando me los leías ,este es inédito hasta para mí.