Hablando de dioptrías a escala
[de la perdición, ella
era la ciega
y yo era el ciego, compartíamos
la misma música arterial
y cerebral, llorábamos de risa
ante el espectáculo de los dos espejos, el dolor
nos hace cínicos, este Mundo
decíamos no es yámbico sino oceánico
[por comparar
la farsa y el frenesí: gozosa entonces mi
[desnuda me
empujaba riente como jugando al límite
del barranco casi fuera de la cama
alta de Pekín, como apostando
a la peripecia de perder de
dinastía en dinastía, cada vez más
[y más al borde del camastro
de palo milenario y por lo visto nupcial, cada vez
más lejos del paraíso de su costado
de hembra la larga de tobillo a pelo entre exceso
y exceso de hermosura y todo, ¡claro! por amor
y más amor, de tigresa ella
en su fijeza de mirarme lúcida, fulgor
contra fulgor, y yo
dragón hasta la violación inmanente, ¡diez
minutos sin parar, espiándonos,
líquidamente fijos, viéndonos por dentro
como ven los ciegos, de veras, es decir
nariz contra nariz, soplo
contra soplo para inventarnos otro Uno centelleante
desde el mísero uno de individuo a individua,
[a tientas,
costillas abajo! – El que más
aguanta es el que sabe menos, pudiera acaso
decir el Tao.
Este Mundo
repetíamos y acabábamos sin más
no es yámbico sino oceánico. Otras veces
llovía duro, lo que más llovía
era histeria
Gonzalo Rojas, Diálogo con Ovidio
2000
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