Soberano



Durante dieciséis o diecisiete años irá hundiéndose en un orden regido por normas tan estrictas, tan especiales, tan organizadas en circuito cerrado que, aunque elaboradas para constituir una asociación de personas cuyo fin es modificar la realidad, lo harán pasar a una irrealidad tan grande que, detrás de la máscara impenetrable, como se dice, en que se irá transformando su cara, o bajo los disfraces diversos que irá adoptando para entrar y salir, como un actor que interpreta varios papeles de segundo orden en una misma comedia, en la vida ordinaria, detrás de la máscara impenetrable, decíamos, ¿no?, o decía mejor, como decía nomás hace un momento, un servidor, no irá quedando, después de la cólera, la fe, la duda, el arrojo, más que la obstinación sardónica, ni siquiera autocompasiva, de quien, enceguecido por una lluvia torrencial, como se dice, o por una serie ininterrumpida de explosiones, corre en línea recta, sin importarle, y tal vez sin siquiera plantearse el problema, si en la dirección en que corre lo espera un reparo o un precipicio. De todos modos, y a partir de cierto momento, llevará siempre, dondequiera que vaya, una pastilla de veneno, bien guardada contra su cuerpo en alguno de sus bolsillos, y de vez en cuando la observará para recordar no que es mortal, sino soberano.



Juan José Saer, Glosa

(1986)


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