Como el remordimiento


El Pintor Copista abrió una botellita de trementina y empezó a limpiarse las manos con cuidado. El Bosco tenía una imaginación perversa, dijo, él le atribuyó esa imaginación al pobre San Antonio, pero la imaginación es del pintor, era él quien pensaba todas esas cosas horrendas, es evidente, creo que el pobre San Antonio era una persona sencilla. Pero fue tentado, objeté yo, es el diablo el que insinúa esas cosas perversas en su imaginación, el Bosco pintó la tempestad que tiene lugar en la imaginación del santo, pintó un delirio. No en vano este cuadro tenía un valor taumatúrgico, dijo el Pintor Copista, los enfermos iban en peregrinación ante el cuadro a la espera de algún acontecimiento milagroso que pusiera fin a su sufrimiento. El Pintor Copista leyó la sorpresa en mi rostro y preguntó: ¿No lo sabía? No, respondí, francamente no lo sabía. Pues sí, dijo, el cuadro estaba expuesto en el Hospital dos Antonianos en Lisboa, que era una hospital que albergaba a personas con enfermedades de la piel, en la mayoría de los casos eran enfermedades venéreas y el terrible fuego de San Antonio, que es como se llamaba antiguamente a una especie de erisipela muy contagiosa y que es como la gente sigue llamando a esa enfermedad en provincias, es una dolencia terrible porque se manifiesta cíclicamente y la zona que ataca se llena de ampollas que duelen mucho, pero ahora esta enfermedad tiene un nombre más científico, se llama herpes zóster. Mi corazón empezó a latir a toda velocidad, noté que estaba sudando y pregunté: ¿Cómo sabe usted todas esas cosas? No se olvide de que llevo diez años trabajando sobre este cuadro, respondió, para mí no tiene misterios. Entonces, hábleme de ese virus, dije, ¿qué sabe de ese virus? Es un virus muy extraño, dijo el Pintor Copista, parece que todos los llevamos en nuestro interior en estado larvatorio, pues se manifiesta cuando las defensas del organismo están más débiles, entonces ataca con virulencia, y después se adormece, y vuelve a atacar cíclicamente, sabe, le diré algo, yo creo que el herpes es un poco como el remordimiento, permanece dormido dentro de nosotros y un buen día despierta y nos ataca, y después vuelve a adormecerse porque conseguimos dominarlo, pero permanece siempre en nuestro interior, no hay nada que hacer contra el remordimiento.



Antonio Tabucchi, Réquiem

1991

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